La Tizadora de lana, una reliquia familiar

La Tizadora de lana, una reliquia familiar

“¿Es la misma de antes?” me pregunta mi abuela Aurora cuando llevo la tizadora a su casa. “No sabía que todavía existía, si habremos tizado lana, para los colchones, hice los míos, los de mis hijos”, me dice tras confirmarle que sí, que es la misma máquina con la que ella trabajó hace más de 60 años.

Tizar significa desmenuzar y separar la lana, desenredarla; a la máquina con la que se realizaba ese trabajo en los campos de Córdoba se la conocía como “tizadora”, aunque un término también popular para llamarla es “cardadora”.

La tizadora es una máquina manual de hierro que originalmente tenía un banco de madera incorporado desde donde la persona realizaba el trabajo. La lana de las ovejas que las familias tenían en los campos era la materia prima. 

Te sentás ahí y tizás. Tizábamos afuera si hacía mucho calor, abajo de una planta, o adentro de la casa también, total la lana ya estaba limpia. La lana era de las ovejas nuestras, en casa había un montón de ovejas, las esquilábamos, la lavábamos y cuando ya estaba limpia y seca la tizábamos, y era para el que le hacía falta. Hacíamos los colchones y las almohadas”, recuerda Aurora Demichelis, oriunda de la zona rural de La Paquita, en Córdoba.

Si los colchones “comprados” existían, no llegaban al interior, y de hacerlo, muchas familias no tenían los medios para comprarlos. Tizar la lana a mano o con la tizadora y hacer los colchones, era una tarea cotidiana más en el campo, a mediados del siglo pasado.

No había con qué comprar, ni sabíamos que existían. El primer colchón que me hizo me suegra lo hizo ahí, para cuando me casé, en el ‘57… y los que habrán hecho antes. Yo crié a los 6 míos y no sabía lo que era comprar un colchón. La máquina era de la nona María, mi suegra, cuando yo me casé ya estaba y era una andariega”, cuenta Aurora, refiriéndose a que la máquina viajaba hasta la casa de quien la necesitaba. “En mi casa no teníamos tizadora, pero teníamos colchón de lana, algún vecino habrá tenido tizadora. Yo cuando me casé no sabía lo que era, y la nona María me mostró”. Aurora se casó con Domingo Contigiani, hijo de María Gastaldello y Antonio Contigiani, de Colonia Las Pichanas.

El proceso y la máquina

Eran varios días para tizarla desde que la empezábamos a lavar”, sigue Aurora. “Elena (su cuñada) esquilaba las ovejas, porque en esa época teníamos todos ovejas. Las esquilábamos dos veces al año. Y qué forma de estar mugrienta la lana. La lavábamos en fuentones. La primera agua salía negra, y la cantidad de espinas, los cadillos que tenía… y los sacábamos a mano. Cuando estaba limpia la secábamos al sol encima de las chapas de zinc. La desparramábamos bien ahí arriba”. 

Graciela Contigiani, hija de Aurora, recuerda: “Yo era chica pero metida. La tía Elena y el tío Enrique (Elena Gigena y Enrique Contigiani) esquilaban las ovejas, con la tijera de tusar, que era la que se usaba para las crines de los caballos. Y a la lana había que darle aguas, aguas, aguas y aguas, porque estaba llena de tierra, pasto, espinas, abrojos. Se lavaba en las tinas, las piletas para lavar la ropa. Se le ponía agua, no me acuerdo si se usaba jabón blanco, pero era mucha agua. Después la poníamos en las bolsas de cebolla y la colgábamos, o la poníamos arriba de las chapas pero no tenía que haber viento, y la íbamos dando vuelta a la lana. A la noche había que entrarla porque si no el rocío la humedecía. Se volvía a sacar al sol hasta que estaba bien seca, porque si no podía agarrar olor. En los 70 todavía usábamos la tizadora, cuando yo tenía 10 años”.

La estructura de la tizadora tiene en su base una superficie fija, con púas de hierro orientadas hacia arriba. Por otra parte, desde arriba se sostiene una superficie con púas orientadas hacia abajo que es movible, es decir, se balancea sobre la superficie fija gracias a una manija. Entre esas dos planchas con púas, va la lana, que se trabaja debido al movimiento de la parte superior y la posición intercalada de las púas.

Aurora recuerda, mientras mira la máquina: “Era un poquito más alta, las patas eran más largas. A las orillas tiene agujeros para regularla, por si querías la lana más fina o más gruesa, la lana fina era para tejer. Se ponía la lana arriba de la madera del banco que tenía, y al mover la manija la lana iba entrando… La lana tizada iba cayendo por adelante. Hay que tener mucho cuidado con las manos… porque no sabes esos dientes cómo cortan, uno va y el otro viene, no sabes cómo cortan…. pero nunca me golpee, yo me cuidaba. Eso te puede sacar el pedazo. La usábamos con mucha lana”. Mira la lana que llevé para usarla y acota: “Esta es lana vieja, la debemos haber tizado muchas veces. Tiene que quedar más fina, como una esponja. Esta es una lana eterna de vieja… La lana nueva es otra cosa, la tizábamos y ya quedaba bien”.

La lana de los colchones y almohadas volvía a tizarse cuando se apelmazaba, es decir, cuando se compactaba por el uso. Graciela cuenta: “Los colchones viejos se desarmaban y se volvían a tizar cuando ya eran incomodos para dormir. Les iba mucha lana. A veces se le cambiaba el forro, porque se manchaba, o se herrumbraba el elástico de la cama y eso arruinaba la tela. Se armaban los colchones arriba de la mesa larga de algarrobo, primero se le hacían los bordes, con las agujas colchoneras, y después se rellenaba. “La tela de los colchones se llamaba cotín”, dice Aurora.

Betty Muiño, nuera de Aurora, también vivió en el campo y usó la máquina: “Cada vez que iba a nacer uno de mis chicos lavaba la lana del colchón del moisés y lo hacía de nuevo. A veces la empujábamos con el pie porque le poníamos mucha lana, quedaba muy pesada y había que hacerle mucha fuerza”.

Antes sí que se trabajaba”, dice Aurora. “No se compraba nada, se hacía todo a mano, no había otra cosa. Hice un montón de colchones, para las cunas, para las camitas. Al colchón grande lo hice en cuatro horas, tizando y ya haciéndolo. Lo lento era antes, lavarla. Hacíamos el trabajo las mujeres, la tía Elena, la nona María… A la lana también la teñíamos y hacíamos remeras, hacíamos de todo. La tejíamos. Para tejerla la estirábamos y con las dos manos, (frotando la lana entre las manos), íbamos haciendo el hilo; hacer el hilo era lento, después se hacía la madeja y la teñíamos con anilina que comprábamos, en agua caliente. Había anilina en todos lados, en todos los negocios. Y después la poníamos al sol para que se secara. Después la hacíamos ovillo. A los míos los crié a los 6 así. También tejíamos colchas, con unas agujas más gruesas. Hacíamos los pulovers. Para las casa todos querían esos abrigos, porque era lana lana, calentitos”.

“Ahí le faltan dientes”, me dice, señalando la máquina y dándose cuenta, a sus 88 años, de las púas de hierro que se perdieron con los años.

La máquina de tizar lana… Si la habremos usado… Si habré tizado lana, y la que la parió”. 

Por Natalí Ruatta Contigiani

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