Alambrador de los campos
Moncho Álvarez es tercera generación de alambradores, el oficio que dibuja a los campos y los delimita. Un trabajo que se ve desde los satélites, demarca caminos, separa vecinos y existe desde que el hombre dijo que algo era suyo. ¿Cuál es la historia de quien ha dejado en la tierra más de un millón de metros de alambrados rurales?
Los alambrados de Don Álvarez no reciben aplausos ni medallas, pero se ven a través de los satélites. El trabajo de Don Álvarez convive con todo aquel que sale de una ciudad y más aún, con quien frecuenta o transcurre su vida en el campo. Es un oficio que no se lleva glorias, pero que se mantiene de pie y sobrevive generaciones en silencio. Bajo el sol, el viento y el frío, como el que sentían las manos que lo pusieron ahí.
Los alambrados son parte de nuestras tierras y del paisaje. Los alambrados dibujan los campos, les dan forma; los determinan de tal manera que todas las líneas y esquineros que un alambrador puso (y todavía nadie sacó), pueden verse en las imágenes satelitales a las que hoy todos accedemos desde nuestros celulares.
Don Álvarez es alambrador en un pequeño territorio de Córdoba. Cuando llegó a mi casa, me estrechó la mano y me dijo que estuvo un rato esperando en la entrada y que como no había candado, abrió el portón y entró. A esa entrada la puso él. A los alambrados de los dos lados del camino por el que ingresó, también.
Ramón Pedro “Moncho” Álvarez nació en el ’55 y es alambrador hace 50 años. La primera vez que le hablé le dije “Don Álvarez”, por respeto, porque no lo conocía ni sabía su nombre, pero dice que cuando volví a contactarlo y lo llamé “Moncho”, ahí recién lo convencí.
Entramos a la cocina, preparo el mate, le pongo un vaso de agua, le pregunto si lo puedo grabar para escribir sus palabras exactas, y me dice que sí, que después yo las elija, que a él nunca le hicieron preguntas.
Expoagro (E): Cuando va por un camino ¿sabe qué alambres hizo usted?
“Sí, sí, me acuerdo siempre… Y hay muchos…”, me dice Moncho, y sonríe. Don Moncho es amable y siempre sonríe. “Siempre he tenido trabajo en esta zona, y nunca hice propaganda. Yo trabajo en la zona, con mi gente, no me gusta ir tan lejos, con mis clientes tengo suficiente”. Lo más lejos que ha ido Moncho ha sido la ciudad de Córdoba. En el cotidiano, su zona está delimitada por Marull, Monte del Rosario, La Puerta, Villa Fontana, La Para y La Tordilla. Alguna vez fue a Arroyito, y también a Temple.
“Empezó mi abuelo como alambrador, después mi papá y después yo. Y ahora mis hijos. Cuatro generaciones. Mi hermano y mis sobrinos también”.
E: ¿Y a usted quién le enseñó, su papá o su abuelo?
Y… me enseñó más mi abuelo, porque me iba con él, a los 10 años yo trabajaba a la par con los empleados de él, y yo le decía “¿por qué no me pagás más?”, me pagaba bien… entonces le dijo a mi viejo “yo no lo voy a llevar más porque este va a dejar de estudiar para ir a trabajar”. Mi abuelo no es que me quería hacer trabajar, sino que yo iba con él. A los 10 años yo le decía a mi abuelo: ‘Esa línea está torcida’, porque mi abuelo ya era viejo, y él me decía: ‘Yo la veo derecha, a mí nadie me reclamó nada’, así que así se quedaba la línea… Mi abuelo dejó de trabajar a los 69 o 70 años, el último trabajo que hizo fue en Yacanto, en las sierras, ahí lo buscaron para hacer 50mil metros, y ahí se enfermó, entonces fue mi viejo a terminar ese trabajo. Ahí dejó mi abuelo. Y ahí lo fui a visitar, habré tenido unos 14 años. Fui y los empleados de él me pusieron a atar varillas, les faltaban 50 varillas, así que cargué las varillas al sulky, me las dieron agujereadas, fui y las até, y a las 12 me volví, y los empleados me dicen ‘pero no las ataste todavía’, y sí, yo ya las había a atado a todas. Ya tenía experiencia, desde chiquito había hecho el trabajo ese. Si contamos que Moncho conoce el oficio desde antes de sus 10 años, los 50 años de experiencia que dice que tiene, son fácilmente 10 más.
Terminó la primaria en Las Gramillas, en la escuela Mario Esposetti, que era en una casa familiar. “Y cuando la terminé empecé a trabajar con mi papá. Mi abuelo tenía un campito y se lo dejó a mi papá y a mi tío, y mi papá dejó de ser alambrador y se quedó trabajando en el campito. Cuando me crié, ya me gustaba hacer alambres, y ahí seguí yo. Primero salíamos con mi viejo para guiarme y después él ya siguió con el campito; yo hacía changas en Las Gramillas y también iba a Monte del Rosario donde estaba mi tío. Yo andaba siempre en un rastrojerito, iba hasta La Quinta porque trabajaba con Osvaldo Ruatta, él fue el primero que me dio trabajo, después su hermano Don Luis, y después Osvaldo me recomendó con Elbio y Juan Carlos en Tordilla, y ya ahí me empecé a hacer conocido. Y así sucesivamente, y nunca me faltó el trabajo hasta hoy”.
E: Entonces trabajo nunca le ha faltado…
No, al contrario, siempre sobra. Porque nosotros hacemos de todo, ponemos alambrados y también si hay que hacer un corral, un brete, un cargador, tejidos, gallineros, canchas de fútbol 5, la sombra para las vacas… Tengo gente que es muy buena y me esperan, hoy mi hijo fue a empezarle el trabajo a un hombre que hace un año me espera, era un alambre perimetral y tenía soja, así que lo llamé y le pregunté: ‘¿Hiciste el alambre?’, y me dice: ‘No, te estoy esperando a vos’. Así que hoy fuimos a empezar. Hay gente que nos espera mucho, pero eso sí, si alguien necesita algo urgente me llaman y yo ahí nomás voy, porque se le están saliendo los animales o algo.
Siempre hay trabajo, sino que el trabajo es duro, hay que trabajar y al aire libre. Al sol, al frío, con viento. Si uno espera que no haga frío o nos haga calor, no trabaja. Y creo que es peor el calor, porque a veces cuando parábamos en los campos en un garaje o un galpón, a la noche a veces no se dormía por el calor. En cambio ahora o no se quedan a dormir, o paran en casas, en casillas, ahora hay otras comodidades”.
E: ¿Se toma vacaciones?
Vacaciones son dos o tres días. Antes no había vacaciones, se trabajaba sábado, domingo. No se trabaja cuando llueve y el Viernes Santo. Y el día del cumpleaños se trabaja, pero a la noche se hace el asado, o un guiso; pero el cumpleaños se festeja ese día, no al día siguiente ni el domingo.
E: ¿Sus hijos trabajan con usted?
“Sí, y ahora yo soy el supervisor”, cuenta entre risas. “No hace tanto, como dos años cuando estaban haciendo el desvío de la ruta en La Puerta, los que me contrataban me pidieron todos los datos de la empresa, y ahí les dije que trabajan mis hijos, así que yo les pregunté: ‘¿Y yo qué voy a ser?’, y me dijeron: ‘Usted es el supervisor’, así que ahora digo que soy el supervisor.
Y sigo estando, porque los hermanos tienen que ser unidos, así que estoy por mis hijos. Hace poco les dije que dejen de joder, que yo quería trabajar hasta los 65 (tiene 69), y me dijeron: ‘Bueno, pero seguí’. Así que estoy, el supervisor hace falta”.
E: ¿Sus hijos aprendieron como usted con su abuelo?
Sí, mis hijos desde chiquitos me acompañaban, mis hijos y mi esposa, íbamos todos, y cuando empezaron la escuela ya mi esposa no pudo ir más por los chicos, y así fue. Tengo 5 hijos, 4 varones y una chica. Después enviudé.
“Hace 16 años somos viudos los dos”, me dice su compañera Anamaría. Los dos viven en Santa Rosa de Río Primero con sus familias. Moncho sigue:
“Ahora hay 3 trabajando en la empresa, pero se van alternando. Y el hijo más chico de mi señora es como mi hijo, y desde chiquito cuando él salía del colegio, lo llevaba para que me ayudara a marcar, y yo no lo quería llevar porque era chico, pero él estaba entusiasmado. Y cuando dejó el colegio me dijo que él me iba a ayudar. Le salían callos en las manos y yo le decía: ‘Dejá’, porque claro, con la pala, se le hacían ampollas en los dedos, le decía que se ponga guantes, pero no quería. Se enojaba cuando no lo llevaba.
Tengo un hijo que es pintor, y él cuando no tiene trabajo de pintor viene a hacer alambres, y así va. Yo lo que no quiero es verlos parados. El más chico hace un mes ha dejado, empezó en la aceitera en Greneral Deheza. Y le dije: ‘Te van a pagar el doble de lo que estás ganando acá, así que probá’, y está contento. Pero el oficio lo saben todos.
E: Moncho, ¿tiene idea de cuántos metros de alambre ha hecho?
Cuántos metros… no sé, pero si tuviera que hacer un promedio, podés poner 2 mil metros por mes. En 50 años. Y si hubiera trabajado solo, mil metros por mes. Se necesitan por lo menos dos personas, y cuando hay que viajar siempre es por lo menos 3 o 4. Siempre he puesto gente a trabajar y nunca he tenido problema.
Moncho hizo 1.200.000 metros de alambre, que pueden ser más si contamos su niñez y adolescencia.
Sin dejar de charlar, dejamos el mate, y vamos hasta la entrada del campo. “Este alambre de este lado debe tener más de 40 años, y este otro debe tener 4 o 5”, me dice, y tiene razón. “Hemos trabajado con casi todas las familias de esta zona. Hicimos aquel alambre, el del otro lado… Ahora es mejor porque está el agrimensor que te marca los puntos y vos tenés que seguir esas líneas. Antes no había, venía el dueño del campo y nos decía, o cuando era colindancia venían los dos vecinos, se ponían de acuerdo y yo hacía la colindancia, si no estaban de acuerdo esperaba hasta que se arreglaban. Hace unos 10 años empezamos a trabajar con agrimensor, y ahora ya nada es sin agrimensor”.
Se queda en silencio.
“Me tocó desarmar muchos alambres que había hecho mi abuelo, que ya tenían 50 años, eso es lo que… ha sido el orgullo mío”, se emociona y le pregunto el nombre de su abuelo: Demetrio Álvarez, y Mariano Álvarez mi papá. Cuando decían ‘Álvarez’ ya sabían el oficio: Alambrador”.
Por Natalí Ruatta Contigiani
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