Cultivando el presente y cosechando los frutos del esfuerzo

Cultivando el presente y cosechando los frutos del esfuerzo

En el mes del Productor Agropecuario, continuamos celebrando la labor que llevan adelante todos los productores que nutren el mundo de alimentos y cuidan nuestra tierra.

En esta ocasión, hablamos con Roberto Riera, un productor agropecuario con rasgos marcados por el sol y el viento, un reflejo de los años de trabajo en su campo a 20 kilómetros de Lincoln, en la provincia de Buenos Aires. Un ejemplo de dedicación y amor por la tierra, que se refleja en sus manos callosas que transmiten historias de esfuerzo y perseverancia.

Desde temprana edad, Roberto aprendió los secretos del cultivo y la crianza de animales. Su día comienza con el canto de los gallos y el aroma a tierra húmeda. Atiende primero a los animales, alimentándolos y asegurándose de que estén en buen estado de salud. Luego se dirige al campo para encargarse de sus cultivos.

Su lugar en el mundo se llama «Don Beto y Doña María», así bautizó su propiedad en honor a su padre y su madre que aún vive y tiene 87 años.  Es un rincón de verdor y vida, donde los campos de cultivo se entremezclan con las pasturas para sus animales. «Fui a la escuela de campo que está a tres kilómetros de mi casa y terminé sexto grado. En los días que no iba a la escuela, mi papá me dejaba andar en el tractor y me iba transmitiendo el amor por el trabajo, por el campo, por la tierra», cuenta Roberto.

Enseñanzas y ejemplos que le sirvieron para cuando tuvo que hacerse cargo de administrar su campiña, luego de perder a su padre y a su hermano. En sus 500 hectáreas tiene maíz, soja y algunas vacas : «Esto te tiene que gustar, se lleva en la sangre. No es para cualquiera. El esfuerzo y la constancia que requiere, sólo la pueden realizar aquellos que tienen simbiosis con el lugar y su tierra», enfatiza.

Con una sonrisa modesta y genuina, Riera expresa su profundo respeto por la naturaleza y su gratitud por la oportunidad de trabajar. Cada vez que habla de sus cultivos y animales, sus ojos brillan con una pasión que revela su conexión innata con la vida agropecuaria. 

La sequía le pegó duro, perdió gran parte de la cosecha, y al recordarlo, las lágrimas dejan el surco en su curtido rostro, donde luego florecen la sonrisas por el orgullo de la tarea realizada para sobreponerse.

Con la humildad que caracteriza al trabajador del campo, no pide ayuda del Estado: «Lo único que solicitamos es que nos dejen laburar tranquilos, que nos dejen exportar, que no nos pongan un pie encima. Con eso nos conformamos. Porque nosotros lo único que sabemos hacer es trabajar, sin pedirle nada a nadie».

A pesar de los desafíos y las incertidumbres que enfrenta el sector, Roberto se mantiene optimista. Siempre está dispuesto a aprender nuevas técnicas y a adoptar tecnologías que puedan mejorar la eficiencia y la sostenibilidad de su finca. Pero su amor por las prácticas tradicionales y su respeto por el equilibrio natural son inquebrantables.

El «Pety» como lo conocen en el pueblo, cree en la importancia de transmitir el legado de la vida en el campo a las generaciones futuras, inspirando así a otros a seguir sus pasos y mantener viva la tradición agrícola. Cuenta que sus hijos, y algunos de sus compañeros, se están empezando a quedar en el campo, trabajan y estudian, «eso me pone bien, poder ver acá a mi hijo, y que pueda repetirse la historia que viví con mi padre. Solo falta más infraestructura para terminar de convencerlos». 

Roberto Riera, como la mayoría de productores agropecuarios, es un ejemplo de dedicación y perseverancia. Cada cosecha exitosa es el resultado de su arduo trabajo, conocimiento y experiencia acumulada a lo largo de los años. Los productores son un recordatorio constante de que detrás de cada alimento que llega a nuestra mesa hay una historia de esfuerzo y pasión que merece ser valorada y reconocida por todos.

Por Sergio Romano

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