El primer baile de cuarteto fue en el campo

El primer baile de cuarteto fue en el campo

Quienes viven cerca de Colonia Las Pichanas saben que, en ese pequeño paraje cordobés, el mítico Cuarteto Leo tocó por primera vez en vivo. En aquel entonces, Pichanas era solo un almacén y un tinglado; ese tinglado fue el escenario donde comenzó la historia del cuarteto.

Era un negocio, el tinglado y campo. Nada más que eso, me cuenta Linder Landra, quien fue el Presidente comunal de la Colonia durante 30 años. También me aclara: “Te estoy contando lo que a mí me dijeron mis mayores”, y asiento mientras entiendo cuánto respeto hay en esas palabras. 

Pichanas, en aquel entonces

Colonia Las Pichanas era, en aquel 1943, un bar-almacén y un tinglado rodeados de campo y de monte. Era el lugar al que los pobladores de la zona rural de alrededor llegaban a abastecerse de los artículos necesarios para vivir y trabajar, pudiendo comprar desde bolsas de harina, azúcar y yerba, damajuanas de vino, ropa y calzado; hasta lazos, pecheras y riendas para los caballos, rejas para trabajar la tierra, y también combustible, entre otros productos. 

Era también donde se reunían como comunidad, el espacio donde se desarrollaba la vida social. Allí jugaban a las cartas, hacían carreras de caballos y campeonatos de bochas, y, por supuesto, se divertían en los bailes que se organizaban en ese tinglado que reemplazó a una carpa

Linder me cuenta que al tinglado lo compró la familia Micaelli, que eran quienes atendían el almacén. Lo compraron en San Antonio, un paraje entre El Tío y San Bartolomé, y ya era un tinglado usado”, recuerda. Esta familia trabajó en el “boliche” de Pichanas, desde 1936 hasta 1941, según el libro “Historias Populares Cordobesas, Colonia Las Pichanas” publicado en 2006; antes y después, otras familias ocuparon ese lugar. En 1943, cuando el Cuarteto Leo llegó a Pichanas, lo atendía la familia Quasollo.

El tinglado y el almacén estaban en tierras de la familia Francisca; dicha familia fue muy importante para la zona en la época porque poseían una estancia próspera que les permitía desarrollarse y tener alianzas comerciales con los vecinos, propiciando el progreso de todos. Tres de los hijos de Don Pedro Francisca, eran quienes dirigían la comisión organizadora de Pichanas: “Domingo era el presidente, Juan el secretario y José el tesorero”, afirma Linder.

Los bailes en Pichanas y el Cuarteto Leo

Se hacían varios bailes al año en la comuna y para organizarlos, los hermanos Francisca trabajaban en conjunto con los vecinos. En una de las reuniones, Juan Sola, un joven colaborador que era un “colimba”, es decir, estaba haciendo el servicio militar en la Ciudad de Córdoba, propuso una banda que marcaría la historia de la provincia: el Cuarteto Característico Leo. En palabras de Linder:

A ‘La Leo’ la escucha Don Juan Sola, cuando vivía en Córdoba porque hacía el servicio militar. En aquellos años 40, el colimba no tenía un mango, estaba a pie y venirse a Pichanas, a 150 km, era una odisea: un tramo en colectivo y otro a caballo o en sulky. Entonces, ¿qué hacían los colimbas que estaban sin plata, en Córdoba, un sábado a la tarde? Iban a escuchar música gratis al auditorio de LV3. Ahí es donde él escucha al Cuarteto Leo. Y entonces viene Juan, que era de los que ayudaba en las fiestas, y los entusiasma a los Francisca. Les dice, “Che, traigan a esa orquesta, ¡toca una mujer!”. En esa época, era algo curioso”.

Los miembros de aquella comisión se propusieron escuchar a la banda por radio, para votar a la semana siguiente, si creían que valía la pena invitarlos a venir a Las Pichanas. De esa reunión surge una anécdota que Linder rememora: “Cavatorta era uno de los vecinos, y cuando iban a traer a La Leo y tenían que escucharla para opinar si les gustaba o no, él tuvo un problema. No iba a poder opinar porque no tenía radio. Entonces, al día siguiente, agarró la jardinera, se fue a Marull y anotó en la libreta que se pagaba una vez al año, una radio al fiado. Y se trajo la radio a su casa. Todo para poder escucharlos y votar”.

La votación fue positiva. “Estos gringos consiguen el contacto porque los músicos decían el número de teléfono para contrataciones. Así que los Francisca se fueron a Arroyito, donde había un teléfono, de esos que era uno en la boca y uno en la oreja y le hablaron, le preguntaron cuándo podían ir, y Don Marzano les dijo el día y la hora”.

En esa reunión, los hermanos tenían una tarea: convencer a Augusto Marzano de hacer su primer baile en vivo en el recóndito paraje que era Colonia Las Pichanas. “Mi papá siempre contaba que la Leonor cebaba mates, y estos le trataban de explicar a Marzano dónde quedaba Las Pichanas… a 150 km, rodeado por el 70% de monte, sin caminos, por huella nomás… A Marzano le parecían buena gente, y dice que por ahí se da vuelta, la mira a la Leonor, y le dice: “Y bueno, Leonor, iremos”. Esa fue la decisión. Se dieron la mano, y quedó pactado”.

Algunos días antes del baile los vecinos conocieron qué banda iba a venir a la Colonia a través de una invitación que se le enviaba a cada familia con el nombre de la banda y una foto de los integrantes. En este caso, Augusto Marzano en el contrabajo, su hija Leonor Marzano como pianista, Miguel Gelfo en el acordeón y José Salancho en el violín. Cuando el baile coincidía con el de algún pueblo vecino, esta tarjeta les permitía a los invitados, decidir a qué lugar iban a ir.

La gran noche

Aquel viernes 4 de junio de 1943, los músicos llegaron a Pichanas a la tardecita. El viaje desde Córdoba fue en el vagón de un tren de carga, manejado por un amigo de Marzano, hasta El Fuertecito. “Como Marzano era ferroviario, vienen en un tren de carga, a esto me lo contó Gelfo”, cuenta Linder. “El maquinista, era amigo de Marzano, y frenó en El Fuertecito, hizo una infracción; ahí tiraron los instrumentos al suelo y se bajaron”. Allí ya los esperaba Domingo Francisca en un Ford T, uno de los pocos autos que había en la Colonia: “Vinieron a Pichanas, en un Mercedes Benz de hoy”, compara Linder, “pero por un camino que no era camino todavía, eran solo las dos huellas que se marcaban por el paso de los sulkys y jardineras, entre el pastizal”.

En cuanto llegaron, se lavaron la tierra en una palangana a la par del aljibe, y se prepararon en los camarines que había a cada lado del escenario. Porque claro que, aunque el “salón” no tenía paredes en los laterales, solo columnas (por eso se lo llama tinglado); sí tenía camarines para los artistas que contrataban de distintos puntos de Córdoba y provincias vecinas.

No hay un registro, pero esa noche, unas 120 personas bailaron cuarteto por primera vez, al ritmo del Cuarteto Característico Leo, en aquel tinglado de 26 por 9,5 metros. Llegaron desde los campos en jardineras, a pie, en sulky, en volanta y a caballo

Cuando entraban al baile, pagaban una entrada, dejaban en el guardarropa lo que usaban para cubrirse de la tierra durante el viaje (ropa vieja o colchas), e iban a buscar una mesa. En ese momento el baile comenzaba a iluminarse. ¿Por qué? Porque la organización solo contaba con tres faroles a querosene, conocidos como ‘Petromax’ o ‘Sol de Noche’: “uno estaba en la boletería, uno en la caja del mostrador, y uno en el escenario. El resto pasaba por cada uno”, cuenta Linder. “Cada familia, traía su Sol de Noche, el mismo que usaban para ordeñar la vaca. El salón tenía todos alambres colgados con ganchitos, y cada uno ponía la mesa abajo, encendía el Petromax y lo colgaba. Cuando se iban yendo, los apagaban, los descolgaban y volvían a sus casas”. 

Entonces, el baile se encendía a medida que llegaba la gente, y se opacaba cuando se iban

No había luces de colores, ni electricidad, tampoco equipos de sonido. No había paredes, solo lonas que iban de una columna a otra. No hay fotos. Eran familias trabajadoras de la tierra, bailando pasodobles, tarantelas, rancheras, y también cuarteto. Por primera vez en la historia. En el medio del campo.

Por Natalí Ruatta Contigiani

En caso de replicar este contenido en su totalidad o parcialmente, por favor citar como fuente a www.expoagro.com.ar en el primer párrafo y al final de la nota.

Por si hace falta la cita: (2006). Libro “Historias populares cordobesas. Colonia Las Pichanas”. Imprenta de Lotería de Córdoba S.E. Capítulo IV: Almacén Las Pichanas. Pág. 47 y 48.

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