La historia de un contratista que creció más allá de las circunstancias
Se fundió en el año 2000, comenzó de nuevo como tractorista, logró conformar un equipo y se convirtió en referente de los semilleros. ¿Cómo lo logró?
Nació en una familia de campo en Salto, partido de Rojas, provincia de Buenos Aires, y aprendió de su padre y junto a sus hermanos a cómo manejar el negocio del contratista. “Mi papá salía a todos lados con la cosechadora y de allí nace nuestra forma de ser, ir a donde haya trabajo, donde sea. Hemos armado un buen equipo y trabajamos bien”, dice Mario Lori, un referente en el manejo de maquinaria.
Observando el contexto actual sostiene que “este es un año difícil, vamos viendo cómo llevamos el negocio. Siempre digo que los argentinos nos adaptamos rápido a las diferentes situaciones que se nos presentan, económicas, climáticas o la que sea. Tratamos de buscarle la vuelta y nos vamos adaptando. Este año es muy atípico, tanto que voy a cumplir 52 años, y nunca he pasado una circunstancia similar, climáticamente hablando”.
En ese sentido, explica que: “Si bien va pasando la falta de lluvias, los perfiles no se han cargado aún. En el sur de Santa Fe y norte de Buenos Aires, por ejemplo, se ha sembrado el trigo con lo llovido. No obstante, para seguir con la agricultura faltan unos 150 mm”.
“Otro tema complicado este año es el de los precios de los repuestos y de las gomas, que nos desorganizaron bastante los costos. De los repuestos para las cosechadoras de espigas, se encargan los representantes porque son máquinas norteamericanas, y a ellos también se les hace difícil traerlos”, afirma Lori.
Para los semilleros
El semillero le cede las cosechadoras de espiga en comodato y el resto del equipo, casilla, tanque de gasoil y la gente, es responsabilidad de Mario. El trabajo se paga por hectárea cosechada. Si bien una cosechadora de espigas tiene menos movimientos y calibraciones, demanda más personal que una cosechadora convencional.
Con la cosecha de semilla, Lori cubre las zonas de Bahía Blanca, Pedro Luro y el oeste. También trabaja en la costa, en las zonas de Miramar o Necochea y en la zona núcleo, en Salto, Pergamino, Chacabuco y Carabelas.
“Este año arranqué en el norte, donde no había trabajado con la cosechadora de espigas de maíz y la novedad fue para enero, en Catamarca. Se presentó el trabajo, lo tomé y lo vamos peleando bastante bien”.
Mario sostiene que está muy enfocado en lo que es semilla, ya que el 70% u 80% de su trabajo es con los semilleros que están muy arraigados en la zona de Salto, y son los que demandan más servicios con maquinaria.
“No somos muchos los que estamos en este rubro, y yo soy un referente por ser el más grande en equipos y movimiento. Otros contratistas también tienen mucha experiencia, pero nosotros evolucionamos de manera tal que, como pocos, hacemos casi todo, siembra, pulverización y cosecha”, afirma.
El equipo ganador
Mario detalla que tiene tres cosechadoras de grano, con cabezales de 30 pies para soja, trigo y cabezales maiceros y cada una de estas cosechadoras “se maneja bien con dos o tres personas”.
“En el 2000 me fundí y arranqué de nuevo de empleado en el 2001 con mi hermano. Se fueron dando las cosas, no le mezquiné el cuerpo a nada y llegué donde estoy a fuerza de sacrificio y de meterle horas al trabajo y dejar a mi familia de lado. Ahora estamos un poco mejor económicamente, tengo una hija de 24 años estudiando Psicopedagogía en Pergamino, y un hijo de 15 que aún está en la secundaria”.
Al meditar un poco más, dice: “Los fierros sirven para crecer, con muchos tropiezos y problemas que se deben afrontar todos los días, pero te dejan crecer, cosa que en otro rubro tal vez es más difícil. Siempre a fuerza de sacrificio, tomando compromiso y haciendo bien las cosas, de lo contrario no te llaman para trabajar”.
“Una de las limitantes para armar fierros y ponerlos a trabajar en el campo, es conseguir operadores entrenados. Ahora estoy trayendo gente de Santiago del Estero que saben trabajar y a los que no saben, les enseñamos. En esta zona, el que sabe, ya está ocupado y el que no sabe, a veces no se acostumbra al trabajo de campo que hacemos nosotros. Los que vienen de afuera tienen entre 20 y 30 años. Los de acá son más grandes”, concluye Mario Lori.
Por Juan Raggio
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