La Tordilla: La yegua que le dio nombre al pueblo

La Tordilla: La yegua que le dio nombre al pueblo

El pueblo del interior de Córdoba que lleva este nombre, convive con dos historias: la de la yegua que salvó a un capataz, y la de los dos pueblos que conviven como uno. La Tordilla y dos historias que revelan su identidad.

La leyenda

A mediados y fines del siglo XIX, los campos de las pampas argentinas, en general, eran grandes montes, grandes estancias, y criollos, gauchos, extranjeros e indios convivían. Téngase en cuenta que, convivir en la misma tierra, no es lo mismo que llevarse bien. Por eso, aquellos hombres andaban con cuidado, alertas y armados; listos para atacar, defenderse o huir, de ser necesario.

Cuenta la leyenda que, esto último, es lo que hizo el capataz de aquella gran estancia. El hombre, estaba trabajando en el campo con una única compañía: su yegua tordilla. Los tordillos, son caballos con un pelaje grisáceo con manchas blancas de diferentes formas y tonalidades. Pueden ser más oscuros o más claros, e incluso volverse totalmente blancos con los años.

Aquel trabajador, habrá estado curando algún animal, o limpiando y desmontando una parcela, cuando sus sentidos se pusieron alerta. Al mirar a su alrededor, lo confirmó: un malón de indios y cuatreros se acercaba en su dirección. Inmediatamente, subió al lomo de la tordilla, y la yegua, que era muy veloz, cabalgó y lo alejó de aquel malón, hasta llevarlo de vuelta al casco de la estancia.

Hay quienes repiten que la yegua pudo haber muerto por el esfuerzo. De cualquier forma, en honor a esa tordilla que salvó su vida, aquel hombre bautizó a la estancia como “La Tordilla”. La misma, estaba ubicada al suroeste de la Laguna Mar Chiquita, en Córdoba, tenía unas 5700 hectáreas, y pertenecía, en aquel entonces, al inglés Juan Cowes. 

La historia y el nombre, sobrevivieron a las décadas y a los distintos propietarios que tuvieron esas tierras. Hoy, se llama “La Tordilla”, un pueblo que comenzó siendo un caserío, asentado en uno de los límites de aquella Estancia.

El pueblo, que son dos.

Si uno ingresa a La Tordilla por la ruta E-52, ya sea por el extremo norte o sur, y pregunta por algún negocio al que quiere llegar, es muy probable que algún vecino le diga: “está en el otro pueblo”. Si uno escucha eso, sin conocer la historia, y emprende viaje, saldrá de La Tordilla y los kilómetros pasarán y ese otro pueblo, que estaba “ahí nomás”, no aparecerá.

¿Dónde está, entonces, ese “otro pueblo”? 

Si prestamos atención, La Tordilla es peculiar por su distribución: es un pueblo largo y angosto, no tiene un centro cívico (con una plaza rodeada por instituciones) como la mayoría de las localidades vecinas, y en los extremos norte y sur, la población se ensancha, hay mayor tejido urbano. Esto ocurre, porque en realidad hay dos pueblos, uno en cada punta, uno de cada lado.

Para quienes no conocen la historia de esta población, es necesario aclarar que, en un principio, se formaron dos pequeños poblados: uno se denominó, con el paso del tiempo, Villa Vaudagna, ya que se levantó en tierras pertenecientes a esta familia, (…); el otro se llamó, desde siempre, La Tordilla, ya que se edificó en uno de los extremos de la denominada “Estancia La Tordilla”, en el lote que había adquirido la familia Miretti. La distancia entre ambos poblados era de 1 km, y estaban conectados por la continuación del camino que va de norte a sur”. (2005). “Historias Populares Cordobesas, La Tordilla”. Talleres gráficos de José Solsona. Pág. 17.

Como el libro cuenta, dentro de ambas estancias, la de la familia Vaudagna, y la de los Miretti (parte de la anterior Estancia La Tordilla), a solo un kilómetro de distancia, se habían instalado dos caseríos: Villa Vaudagna, y La Tordilla.

Carlos Vaudagna, vecino de la localidad y bisnieto de Giuseppe Carlos Vaudagna y Bartolo Miretti, dueños de las estancias, recuerda de sus mayores: “Los habitantes de los caseríos eran los trabajadores y dueños de los campos, estaba lleno de obradores que desmontaban los campos y trabajaban con el algarrobo; a esa madera se la vendían al ferrocarril y el ferrocarril se la llevaba”.

En cada uno de esos caseríos, en los primeros años del 1900, ambas familias, es decir, Don Miretti por un lado, y los hijos de Don Vaudagna por el otro, instalaron dos negocios de ramos generales, que progresaban, competían, y proveían a una gran región.

Eran dos ramos generales muy poderosos, muy fuertes, que abastecían a toda la zona: Arroyito, Santa Rosa de Río Primero, Toro Pujio. Mucha gente venía a comercializar acá, era un centro comercial muy fuerte. Vendían desde alfileres hasta tractores, vendían combustibles, herramientas, tenían seguros, funcionaban como bancos”, cuenta Carlos.

Ambos pueblos se desarrollaron a raíz de los negocios y en un entorno rural, donde el trabajo era desmontar y sembrar (sobre todo trigo en el invierno y sorgo en el verano); con una lenta migración a la ganadería y lechería. Ambos pueblos también, tenían una especie de “pica”: “Había una gran rivalidad, por la cuestión comercial de los dos negocios, que se trasladó a los pueblos y a las familias, porque uno era la Colonia La Tordilla y el otro era Villa Vaudagna, aquel pueblo (La Tordilla) era radical, este era demócrata, este era más copetudo, aquel era más humilde”, termina Carlos, entre risas.

¿Cómo llegaron a unirse los pueblos? 

Cuando yo tenía 10 años, entre acá (Villa Vaudagna) y La Tordilla, no había nada, era todo campo. Un kilómetro de campo. Después la rivalidad se fue diluyendo y aparece la idea de hacer un solo pueblo, y se empiezan a hacer obras en ese espacio que los separaba”, relata Carlos. Y claro, no era viable ni tenía sentido, gestionar dos municipalidades, dos destacamentos policiales, dos centros de salud, cuando estaban tan cerca.

Villa Vaudagna ya contaba con una iglesia y una escuela. La municipalidad, varios barrios, la iglesia nueva, la escuela secundaria, y la cancha y el club de fútbol, fueron las edificaciones que se establecieron en ese kilómetro. Un kilómetro que separa a “aquel pueblo” y “este”, se encuentre uno, de un lado o del otro. Podría decirse, quizás, que el club de fútbol llamado CAPU: Club Atlético Pueblos Unidos, unió a los pueblos de forma simbólica, cultural y también territorial, pero en el imaginario y el vocabulario social las distancias existen.

En algún punto, esa unidad es aparente, porque todavía decimos: ‘Me voy al otro pueblo’. A mí me pasó, que mandé a un amigo a buscar combustible al otro pueblo, y me llama y me dice ‘Che, Carlos, ya hice como 15 kilómetros y no encuentro el pueblo’. ‘¿Pero cómo, 15 kilómetros?’, le digo, ‘¡Si está a mil metros!’ Y ahí me di cuenta”. Historias como la de Carlos, hay miles.

Colonia La Tordilla.

“La Tordilla” era un nombre más neutral e inclusivo, con el que todos los vecinos podían identificarse, ya que, de alguna forma, Villa Vaudagna estaba más ligado a una familia. “Con el tiempo todos decíamos que éramos de La Tordilla, y la municipalidad toma el nombre de La Tordilla, entonces ahí ya se define una identidad. Y está bueno que haya sido así”, recuerda Carlos. En 1947 se creó la Comisión Vecinal La Tordilla, y en 1957, la municipalidad.

De esta forma, aquella yegua que fue homenajeada con una estancia, también tiene un pueblo, con una historia igual de especial.

Por Natalí Ruatta Contigiani

En caso de replicar este contenido en su totalidad o parcialmente, por favor citar como fuente a www.expoagro.com.ar en el primer párrafo y al final de la nota.

Compartir